martes, 23 de abril de 2013

RINCÓN ECONÓMICO, por Raúl Vergara



Hugo Chávez

Tras casi dos años de lucha contra el cáncer, el Presidente venezolano Hugo Chávez falleció el pasado 5 de marzo. Gobernó su país con mano dura y con todas las características de un buen caudillo latinoamericano, aquel personaje que a base de carisma, populismo y culto a la personalidad guía a su pueblo hacia la consecución de un ideal en el que no hay lugar para la disidencia. En el caso de Chávez, el ideal anhelado fue la construcción de un sistema económico inventado por él mismo: el “Socialismo Bolivariano”, el cual buscó una mayor igualdad a través de masivos programas sociales financiados por las exportaciones petroleras y de una gran intervención estatal en la economía, tanto en forma de nacionalizaciones como de estrictos controles a los precios y a la producción.

La implantación de Socialismo Bolivariano en Venezuela trajo ciertos beneficios al país, principalmente en cuanto a reducción de la pobreza y la desigualdad. Sin embargo, éstos avances tuvieron un costo altísimo para el país, principalmente en forma de pérdida de libertades para los ciudadanos: en su afán de controlar la totalidad de la política venezolana, Chávez, al igual que tantos otros pseudo tiranos, impuso fuertes límites a la libertad de prensa y a otras libertades políticas, además de que modificó el marco legal del país para darle una descomunal ventaja a su partido a través de beneficios presupuestales y de tiempos gratuitos en la televisión oficial, de la cual, la oposición se encuentra prácticamente excluida.

Según diversas fuentes, Venezuela es el país que cuenta con las mayores reservas petroleras del planeta y el 96.1% de sus exportaciones consisten en petróleo, por mucho su mayor fuente de ingreso. Hugo Chávez tuvo la enorme suerte de que su gobierno coincidió con un período en que el precio de dicho producto pasó de 16.8 USD por barril en 1998 a 88.7 USD en 2011. El Comandante aprovechó esta situación tanto para obtener recursos con los cuales financiar el gasto social dentro de su país como para apoyar a países como Cuba, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, los cuales tienen gobiernos afines al suyo y con los que Chávez pretendía formar un “Bloque Bolivariano” en Latinoamérica, el cual sirviera de oposición al “imperialismo yanqui” al cual veía como el mayor enemigo de su ideología.

El otro sello distintivo de la economía chavista fue el creciente intervencionismo estatal, reforzado por la retórica del Presidente en la cual se hablaba de los empresarios como ricos oligarcas que en su desmedida ambición buscaban lucrar a costa de la pobreza del pueblo. Como forma de combatir la maldad de estos perversos personajes, Chávez implantó una agresiva política de expropiaciones, controles y amenazas contra las empresas, entre cuyas víctimas se cuentan algunas mexicanas como Cemex y Maseca. Estas medidas tuvieron diversas repercusiones en la economía venezolana, entre ellas fuga de capitales al huir las clases altas del país, devaluaciones monetarias, y una inflación cercana al 19% (en México estamos en 4%) provocada por el excesivo gasto gubernamental y por la escasez de bienes y servicios que los controles de precios han traído consigo.

Venezuela efectivamente gozó de crecimiento económico y de disminución de la pobreza en los últimos 15 años, sin embargo, no obtuvo mejores resultados que otros países latinoamericanos que no tuvieron que pagar tanto en libertad a cambio de progreso. El venezolano promedio ganaba 58.7% más en 2011 que en 1999, el mexicano promedio aumentó su ingreso en 74.1% en el mismo período, el brasileño promedio en 93.49%, el chileno en 40.3%, mientras que el peruano promedio se enriqueció un 131.82%. Todos mejoraron sustancialmente, más los venezolanos tienen ahora un régimen mucho menos democrático y serios problemas de estabilidad macroeconómica y deuda.

Estos ejemplos de manejo irresponsable de la economía contrastan con las genuinas demostraciones de dolor que se han visto en gran parte de los venezolanos tras la muerte del presidente Chávez, quien en efecto era sumamente querido por amplios sectores de su pueblo. No obstante, las lágrimas que hoy se derraman por el Comandante son las mismas que en otro tiempo cayeron sobre el ataúd de Perón, de Mao, de Stalin y de Kim Il Sung; y es que ésta es la marca distintiva de la popularidad de los caudillos: no es racional. Los dictadores y demás hombres fuertes en la política no atraen en base a resultados objetivos, sino a través de su personalidad magnética, carisma y habilidad para hacer que la gente ordinaria se identifique con ellos y depositen su confianza en su capacidad de resolver sus problemas, sin importar el costo que esto tenga. En palabras de Mario Vargas Llosa: “el caudillismo revela ese miedo a la libertad que es una herencia del mundo primitivo”.





Raúl Vergara Arias
Economía–2o semestre

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