Reforma fiscal y el dilema entre eficiencia y equidad
Una de las reformas más importantes que se han propuesto para este sexenio es la reforma fiscal, es decir, modernizar el sistema de recaudación de impuestos del país. Actualmente México padece de un código impositivo, arcaico y disfuncional; tributar es un proceso excesivamente complejo, por lo que muchas personas optan por no pagar impuestos ingresando al sector informal. Al mismo tiempo existe una enorme cantidad de excepciones que permiten que las empresas que tienen los recursos para mantener divisiones legales y de contabilidad, puedan evadir sus obligaciones fiscales fácilmente. Lo anterior causa que el grueso de los ingresos del gobierno procedan de los contribuyentes cautivos: es decir empleados del sector formal y pequeños empresarios legalmente.
Ahora bien, todas las fuerzas políticas en el país están de acuerdo en que una reforma fiscal es necesaria, pero existen grandes divergencias en cuanto a cuál debe ser su objetivo principal. Recordemos que en cualquier economía, los impuestos son la forma de intervención gubernamental que genera mayores distorsiones. Pueden tener efectos redistributivos al gravar sobre todo a los sectores de mayor ingreso, pueden enviar recursos a ciertas áreas estratégicas de la economía a través de beneficios fiscales, pueden desincentivar la inversión en industrias que generen daños a la sociedad, o pueden intentar cobrarse a todos por igual y tratar de generar los mínimos efectos posibles. En el caso mexicano, las propuestas principales van por dos rumbos: por un lado están quienes creen que los impuestos deben usarse primordialmente con fines redistributivos y por otro los que pensamos que se debe buscar primordialmente la eficiencia económica.
Entre las propuestas redistributivas destaca aquella que pide elevar el ISR (impuesto sobre la renta) del 30% hasta el 37% ó 39%. Dicha medida tendría consecuencias nefastas para la economía mexicana, ya que al ser un impuesto sobre las ganancias personales, desincentivaría la inversión, y sobre todo generaría una estampida de capitales extranjeros. Analicemos el siguiente ejemplo: Un empresario estadounidense desea abrir una planta en México que costará 100 pesos, considera que sus utilidades antes de impuestos serán de 100 pesos, y tras pagar un 30% de ISR le quedarán 70 pesos. La merma es importante, sin embargo puede decidir invertir de todos modos en nuestro país. El gran problema es que al aumentar el ISR a un 39%, el inversionista pierde un 9% más en sus ganancias, y en un entorno global donde las pequeñas diferencias significan ser o no ser competitivo, entonces existe una gran posibilidad de que prefiera construir su fábrica en otro país más amigable con los negocios. Lo anterior significa que nosotros perdemos tanto los 1000 pesos de la inversión, como los 100 de utilidades como los 30 de impuesto que se habría pagado si el ISR se hubiera mantenido como está, además de quedarnos sin los empleos y la derrama económica. Aquí tenemos una clara muestra de ineficiencia económica, y también se debe tener en cuenta que no sólo los extranjeros pueden huir del país; también los empresarios mexicanos pueden decidir llevar su dinero a otros países o mantenerlo en el banco hasta que mejoren las condiciones.
En cambio, si basamos la reforma fiscal en impuestos al consumo como el IVA garantizamos por un lado que todos paguen de forma sencilla (hasta los informales pagan IVA), y en una forma proporcional a nuestro gasto. Si Juan gasta 100 pesos, tributará 16 a Hacienda y si Pedro gasta un millón, 160 mil irán para el fisco. Todo ello sin generar distorsiones a la inversión ni cargar la mano sobre los contribuyentes cautivos de clase media, que suelen ser los que pagan los platos rotos. Al mismo tiempo, si eliminamos las exenciones del IVA, o introducimos un impuesto generalizado a las ventas, podremos aumentar la recaudación total hasta el punto en que el perjudicial ISR podría ser eliminado. Lo anterior significaría un enorme boom de inversiones, creación de empleo y crecimiento económico. En el ejemplo antes mencionado del empresario estadounidense, se muestra como el ISR de 39% genera mucha menos inversión que el de 30%. Ahora imaginemos, si el ISR fuera de 0% ¿No podríamos atraer muchísimos más inversionistas?
Raúl Vergara Arias
Economía
3º Semestre
Twitter: @Rau1Vergara
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