Fecha: Enero 28, 2013
Entre el cielo y el infierno
No tenía idea de lo que habían pisado mis botas en
el camino pero estaban ahí, paradas en el andén, si es que se puede llamar así
al lugar donde nos encontrábamos. A juzgar por el olor, debía haber café con
leche, incienso y baños cerca, después descubrí que ese olor era el sello característico
de la ciudad. El lugar estaba lleno de indios, con su característico y oscuro color
de piel y sus ojos grandes, negros e intensos. De los cientos de personas que esperaban
amontonadas, podría asegurar que más de la mitad nos veían fijamente a mí y a
mis amigos “occidentales”. Tenía una sensación de querer esconderme o, al
menos, de envolverme en un sari para pasar desapercibida. Una niña empezó a
jalar mi blusa y a decir en hindi palabras que no conocía pero que entendí. El
olor era cada vez más fuerte o probablemente solo menos soportable. La niña no
era la única pidiendo dinero; un señor con barba y turbante que estaba sentado
en el piso hacía lo mismo y como ellos, otros diez.
Entre el ruido de la gente
que pasaba cargando cajas, costales, bolsas y canastas, logramos oír el tren a
lo lejos, pero no teníamos idea de lo que nos esperaba. A medida que el tren se
acercaba, la gente empezó a moverse por medio de empujones al frente del andén.
Cuando el tren llegó pudimos ver que venía tan lleno que la gente salía por
ventanas y puertas, pero antes de que se parara, la gente de abajo empezó a
saltar para pelear su lugar en el tren, de alguna manera siempre había espacio
para un indio más. Mi intento de subir fue inútil, perdí el tren pero me
envolvió una gran sensación de desconcierto e impotencia. La escena se repitió con
los trenes siguientes. Ahí parada, en medio de algo parecido a una jungla e
intentando tomar un tren a Calcuta, sentí como si me cayera un piano encima:
estaba en India. Fue ese el momento en el que fui consciente de donde estaba y de
que todo iba a ser muy diferente, por no decir surreal. Al final de casi dos
meses terminé dominando el arte de tomar transportes en Calcuta, terminé amando
a ese colorido e increíble país al sur de Asía, pero sobretodo, logré entender
lo que significaba el letrero de bienvenida en el aeropuerto: “Welome to Incredible India”.
India, sin duda, es increíble. El simple hecho de
empezar a describir India parece una tarea imposible, pero probablemente, si
tuviera que escoger una palabra que hablara por la ciudad de Calcuta, sería:
“contraste”. Calcuta, mejor conocida en India como Kolkata o “The City of Joy”, está dentro de las
cuatro ciudades más grandes de India y gana el puesto como la ciudad con la
mayor cantidad de gente viviendo en las calles a nivel mundial. Bajo esta
perspectiva, lo último que uno espera encontrar son hoteles de cinco estrellas
o centros comerciales con boutiques de lujo, uno tampoco espera encontrar
coches último modelo o caros restaurantes italianos, pero con todo y lo
aberrante que resulta esta situación, los hay. Y aunque no son muchos, se
encuentran mezclados con el resto de la ciudad, si acaso hay algunas zonas con
mayor “prestigio” que otras, pero si caminas un poco volverás a encontrarte con
los barrios bajos de Calcuta. Esto es solo el inicio del contraste.
India es el país que consume la mayor cantidad de
joyería en el mundo, por lo cual no es extraño encontrar calles repletas de
joyerías y, sin perder de vista el contraste, ver pasar vacas, así como hombres
bañándose en la banqueta, todo en la misma calle, en el mismo momento. A
propósito de los hombres bañándose en la calle, esto es algo completamente normal, usan el agua de
la calle, su jabón y se amarran un trapito a la cintura para taparse.
Es
también parte de la escena diaria, encontrar hombres haciendo pipí en la calle,
ver motos viajando con cuatro personas arriba, esquivar a gente durmiendo en la
calle, ver montones de basura en cada calle con personas buscando entre ellos
algo que comer. Los cuervos están en todos lados, la ciudad se encuentra
envuelta en algo semejante a la neblina, que en realidad es contaminación,
nunca faltan los puestos que sirven café en una tacita de barro ni los templos
con dioses hindús. La diosa de Calcuta, por cierto, es Kali, la diosa de la
muerte.
Es de conocimiento general que Calcuta es por
excelencia la “peor” ciudad de toda India. Quizá se deba al constante ruido en
las calles, a la pobreza, a la suciedad o a una combinación de todo. Lo cierto
es que, como bien decía la Madre Teresa, nadie que pase por Calcuta permanece
con su corazón igual. Esa ciudad te obliga a salir de tu zona de confort, tanto
física como espiritual.
Aunque por lo descrito anteriormente, Calcuta
parezca, como también muchos la han descrito, un infierno en la tierra, hay
mucho más allá de lo que nuestros ojos pueden ver. Hay personas trabajadoras,
niños que con lo poco que tienen son más felices y generosos que muchos de
nosotros; existe una sed de cultura increíble, un desfile de colores constante,
una gran tolerancia entre todas las religiones que aquí conviven, una tradición
gastronómica y musical riquísima, una capacidad de improvisación envidiable, un
constante asalto a los sentidos.
Calcuta era conocida como la capital intelectual
y cultural de India, con cafés literarios en toda la ciudad y personajes como
Rabindranath Tagore, Premio Nobel de Literatura quien dio el nombre al
mismísimo Amartya Sen, filósofo y Premio Nobel de Economía, también nacido en
Bengala. El gran declive de la ciudad comienza cuando por una mala
administración por parte del gobierno, se exporta todo el arroz, lo que deja al
estado sin su principal recurso alimenticio. El resultado es una emigración
masiva de las zonas rurales hacia Calcuta, donde las calles se llenan de una
gran cantidad de mujeres, hombres y niños que mueren de hambre y que la ciudad es
totalmente incapaz de albergarlos. El trabajo de la Madre Teresa en este
periodo da a conocer al mundo el drama vivido en esta ciudad.
El trabajo de la Madre Teresa es algo
indudablemente extraordinario, sin embargo, no es la única. Existen también numerosos
héroes invisibles, personas u organizaciones que trabajan cada día por los más
necesitados y que dedican su vida a esta lucha contra la desigualdad. Hablaré
más de ellos en la siguiente columna.
Anahí, felicidades, muy interesante tu publicación. Estoy orgullosa de tu forma de expresar esta visión. Gracias! Lisseth
ResponderEliminar