Día nuevo, misma rutina: buena música en el coche y listo para partir. Como siempre, me dirijo hacia la lateral del Periférico para subir al segundo piso, y así entrar después a la Supervía con destino al trabajo en Santa Fe. Nada fuera de lo común; la entrada a la lateral atascada a las 7:15 a.m, los conductores desesperados abusando y ocupando los lugares de aquellos que carecen de habilidad para mantener su posición en la fila. Todo perfecto (relativamente), hasta que al acercarme a la caseta para la lectura de mi TAG, me percato de un letrero grande de fondo morado y letras blancas: “Nuevas tarifas”. A partir de ese momento, el día tomó un sentido completamente diferente. De pagar $58.08 pesos, ahora tendría que pagar $64.66. Es decir, a la semana estaría pagando $32 más. Si se llevan esos pesos extra a términos anuales, estaría pagando aproximadamente $1580, y todo por esa pequeña diferencia.
Para tener claras las nuevas cuentas, el tramo del segundo piso que va hasta la Supervía desde donde parto, es de $14.66, y la Supervía como tal cuesta $50. Pero basta de tantos números, que no son lo relevante de esta pequeña entrada.
Puede que a muchas personas, esa diferencia de precio no les afecte en ningún sentido, pero ese gasto hormiga es un gasto que no estoy dispuesto a tolerar. Mi excusa no es injusticia social, exigencia de aumento salarial o subsidio por parte del gobierno, un intento de quejarme de la maldad de los capitalistas (sería hipócrita decirlo), ni nada por el estilo. Simplemente, en términos económicos, su oferta ya no cruza con mi restricción presupuestal (una manera muy rimbombante que los economistas tenemos de llamar al ingreso) para mis metas de ahorro, eso sin contar que además, soy muy quisquilloso en mis gastos.
Aquí es donde, ante este cambio, la fascinación de vivir un fenómeno de comportamiento económico surge del interior del alma de cualquier economista. Básicamente, mi decisión y probablemente la decisión de algunos cuantos más, fue no tomar esa sección del segundo piso, llegando desde abajo, por el Periférico hasta Luis Cabrera. El primer término que usaremos para este comportamiento, es el de costo oportunidad. Varias variables afectan esta decisión. ¿Debería pagar la cuota de $14.66 por esa parte del segundo piso, sólo por esos 5-10 minutos que me ahorro de tráfico? Es más ante el nuevo aumento de esos $6,¿En realidad es conveniente subirse? Probablemente el costo de no tomar ese tramo, sería levantarme un poco más temprano para encontrar menos tráfico, lo que sería despertar únicamente 5 minutos antes, lo cual no está tan mal considerando que alcanzaría las metas mencionadas (es más, “al que madruga, Dios le ayuda”, ¿a caso no?).
Curiosamente, me vi envuelto en un segundo fenómeno además del costo oportunidad. A pesar de que suene bastante mal, el nombre se debe de leer con objetividad: fui víctima de discriminación de precios de segundo grado. En éste, el vendedor genera filtros (o una lista de precio) para descubrir cuánto está dispuesto a pagar el consumidor, y así, el que tiene más disponibilidad, pagará más, haciendo un mayor uso de los beneficios del producto (vías rápidas). En mi caso, tengo menos disponibilidad, y ya no usaré ese tramo del segundo piso, lo que beneficia a aquellos que sí tienen la disponibilidad. Repito, no es el resultado de una injusticia social capitalista y maquiavélica; es la manera en que las personas se comportan, y es lo principal que hay que comprender.
Aislando las circunstancias salariales del país, así como los problemas en cuanto a la corrupción en el uso del gasto público (típico del economista aislar problemas tan relevantes), el aumento de precio en la Supervía hace total y completo sentido. Para empezar, no es un bien público, ya que en términos económicos, un bien público no debería presentar rivalidad (que su uso por parte de un individuo no impida que otro más lo use), así que como tal, no debemos exigir que sea o no gratuito. Además, si se mantuviera el precio constante, con el crecimiento de la ciudad haría poco sentido tomar un segundo piso completamente parado por el tráfico, y su mantenimiento decaería, pues no habría dinero con qué arreglarlo.
La próxima vez que usen la Supervía o el segundo piso, tengan en mente los fenómenos económicos que les están ocurriendo (los cuales espero ya conozcan tras leer esta entrada), y si pueden, no dejen de disfrutar la vista desde arriba.
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