Hace menos de un año, cuando se empezaron a destapar los contendientes por la candidatura presidencial del partido Republicano en Estados Unidos, el consenso de los expertos apuntaba a que el ganador probablemente sería Jeb Bush, ex-gobernador de Florida e hijo y hermano de ex-presidentes. En caso de que los votantes no quisieran un tercer presidente de la dinastía Bush, las encuestas apuntaban a que Chris Christie, gobernador de Nueva Jersey, o Marco Rubio, senador por Florida, tenían las mejores posibilidades de ser electos para contender contra el candidato Demócrata en la elección presidencial de noviembre de 2016.
Sin embargo, nada ha salido según lo esperado tras la irrupción del magnate Donald Trump en la elección republicana. Desde que comenzó su campaña en el verano pasado, ha sido él quien contra todo pronóstico domina las encuestas. El auge de Trump resultó especialmente sorpresivo ya que tras la derrota de los republicanos en el 2012, los especialistas indicaron que para que el partido pudiera ser competitivo en un país donde más del 35% de la población pertenece a una minoría étnica y casi 30 millones de votantes son latinos, era necesario presentar un rostro más amable a esta comunidad. Sin embargo, lo ocurrido fue exactamente lo opuesto, y el “ingrediente secreto” que ha hecho a Trump tan atractivo para la base republicana es su retórica nacionalista y rechazo a los inmigrantes.
Esto ha puesto en evidencia algunas verdades desagradables sobre los votantes republicanos. La sabiduría popular indica que desde hace décadas, el partido se apoya fundamentalmente en una coalición de dos amplias clases de votantes: por un lado está un gran número de conservadores en temas sociales, muchos de los cuales se oponen a las iniciativas que van en contra de sus creencias religiosas, tales como el aborto o el matrimonio gay, defienden los valores familiares y apoyan un ejército fuerte que los haga sentir seguros. Después tenemos a los defensores del libre mercado, quienes buscan una economía abierta al comercio internacional, menores regulaciones a las empresas, se oponen al poder de los sindicatos y defienden recortes de impuestos como la mejor forma de estimular la economía. Tradicionalmente, el partido republicano ha dado gran importancia al respaldo ideológico de sus políticas y destina millones de dólares al año a fondear centros de investigación y “think tanks” para que divulguen y den justificación académica a su plataforma política.
Por lo anterior, parecía poco probable que un multimillonario libertino, varias veces divorciado, que ha criticado abiertamente la política militar norteamericana y cuya principal propuesta en materia económica es la de imponer fuertes aranceles a los productos de China, Japón y México, pudiera ganar la candidatura de un partido donde la pureza ideológica y el ser un “auténtico conservador” son lo más importante. Excepto, que estas cuestiones resultaron irrelevantes para los votantes. La ortodoxia conservadora, tan importante para las élites y para la imagen que el partido republicano tiene de sí mismo, no ha sido en absoluto lo que motiva a los votantes al elegir a un candidato, sino que hay algo más profundo detrás: el miedo.
Buena parte de los votantes blancos estadounidenses sienten que están perdiendo “su” país. Para ellos, la inmigración y la globalización amenazan su cultura y su fuente de trabajo y ésta es la principal razón por la que se sienten atraídos por Trump. Las estadísticas indican precisamente a ello: el salario de los hombres blancos sin educación universitaria en EEUU ha estado estancado desde finales de los años 70, en gran parte debido a que los empleos manufactureros han disminuido de forma importante por el aumento en la automatización y en la importación de productos. Por otro lado, los medios de comunicación norteamericanos llevan varios años recalcando que para la década de 2040, los blancos serán menos del 50% de la población norteamericana. Esta estadística suele presentarse con tintes positivos por el aumento en la diversidad y todo lo que esto conlleva, no obstante, resulta evidente que para buena parte de los votantes republicanos esto es motivo de preocupación y por ello apoyan a un candidato que esté dispuesto a frenar este cambio demográfico. Por ello, la retórica bravucona de Trump y su promesa de construir un muro en la frontera con México y deportar a todos los inmigrantes ilegales, suena como música en sus oídos (aunque en realidad el flujo neto de migrantes de México hacia Estados Unido es negativo desde 2007).
En el 2016 los valores cristianos y el libre mercado no figuran en lo alto de las prioridades de la base republicana. La campaña de Trump y su eslogan “Hagamos a América grande otra vez” ha dado al clavo qué es lo que realmente mueve a los votantes blancos este año: el sueño de regresar al país a una época en que todos sus vecinos se parecían a ellos y su trabajo no se veía amenazado por los salarios bajos en otro continente.
RINCÓN ECONÓMICO, por Raúl Vergara Arias
Economía
8o Semestre
Twitter:@Rau1Vergara
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